lunes, 19 de noviembre de 2012

Marcelino Menéndez Pelayo empondera la xuntanza de les provincies asturianes d'Uviéu y Santander


Marcelino Menéndez Pelayo, paladín del hespañolismu castellanista y de la castellanidá de la Provincia de Santander prologa en 1877 un exemplar de la nueva revista de las dos Asturias, La Tertulia, onde xustifica la xuntanza de les dos provincies: Uviéu y Santander.



Cambia de nombre desde el presente número La Tertulia, y entra en nuevo y más extenso campo. Pocas palabras serán necesarias, si el título de la Revista no parece suficiente, para explicar el modo y causas de esta transformación.
En 1864 comenzó a publicarse, bajo la dirección de un disguido paisano nuestro y colaborador asiduo de este periódico, un Almanaque de las dos Asturias, encaminado a estrechar los lazos entre dos provincias hermanas por el suelo, por la raza y por las costumbres, y divididas sólo por un criterio oficial arbitrario. Halló eco la idea entre montañeses y asturianos; mas circunstancias que no es del caso exponer, aplazaron o suspendieron la continuación de aquella empresa. Pero la semilla quedó, y hoy fructifica. La Tertulia se decide a cambiar su nombre por el de Revista Cántabro-Asturiana.
Evítase así algún inconveniente que pudiera tener el de Revista de las dos Asturias, bajo el aspecto geográfico. Sólo una parte, aunque extensa, del territorio montañés se apellidó Asturias de Santillana; pero la fraternidad entre cántabros y astures es indudable y de todos tiempos. Los accidentes físicos son comunes a las dos provincias: el mismo mar, la misma cordillera. Hermanos sus habitantes por la raza, por el primitivo celticismo, sonlo de muy antiguo por las costumbres, dado que Estrabón afirmó que era una la manera de vivir de los Galaicos, Astures y Cántabros, hasta los Vascones y el Pirineo. Únelos más y más su historia. Juntos resistieron a las legiones romanas, llamadas y favorecidas por nuestros vecinos los Autrigones y Vascos. Juntos se romanizaron, aunque sólo en parte, perdiendo la lengua, pero no los usos ni la indomable altivez y espíritu de independencia, que los distingue entre todos los pueblos peninsulares. Juntos comenzaron la reconquista, y cántabro o astur sería aquel Pelagio que los acaudillaba, no godo ni de estirpe real como fantasearon vanos genealogistas, a despecho del nombre hispano-romano del que llaman rey, y del epíteto rumí que le dan los árabes. A la monarquía asturiana pertenecíamos unos y otros, cuando cayó en nuestros montes como benéfico rocío la ardiente palabra del gran controversista San Beato de Liébana, que, nacido entre ambas Asturias, sirve de lazo de unión a las dos provincias gemelas.
Cierto que tras la desmembración del reino asturiano y nacimiento del condado de Castilla, buena parte del pueblo montañés siguió las vicisitudes del nuevo estado, cuyos límites se alteraron con frecuencia. Pero que no se perdieron por esto las tradiciones de hermandad, claro lo indica el nombre de Asturias de Santillana, y lo indicaría el de Asturias de Trasmiera si no le juzgáramos designación caprichosa y un poco aventurada, dicho sea con el respeto debido al P. Flórez y a un sapientísimo historiador y geógrafo moderno que en esta parte le sigue.
¿Y cómo olvidar que en las marinas de Asturias y Cantabria se aprestaron las naves que concurrieron a la conquista de Sevilla, para que también en este memorable esfuerzo de nuestra reconquista apareciésemos unidos cántabros y asturianos? Fraternidad que no se interrumpe, y hace idénticos nuestros destinos hasta en las sangrientas banderías que asolaron estas comarcas en el último período de la Edad Media.
Llegada es la hora de restablecer la antigua fraternidad. ¿Y cuándo ha habido otra más oportuna? Hoy que por suerte rara, las dos provincias parecen estar en vías de próspero adelanto y no se resienten tanto como otras de la general decadencia, quizá por haber conservado más puros los elementos tradicionales y el culto de sus viejas y gloriosas memorias; hoy que, por otra parte, es deber de conciencia y de amor patrio resistir a la centralización en todas sus esferas y reanimar el espíritu provincial, única fuente de grandeza para las naciones; unámonos asturianos y montañeses, y en la unión encontraremos nueva fuerza. ¡Y quién sabe si antes de mucho, enlazadas hasta oficialmenteambas provincias, rota la ilógica división que a los montañeses nos liga a Castilla, sin que seamos, ni nadie nos llame,castellanos, podrá la extensa y riquísima zona cántabro-asturiana formar una entidad tan una y enérgica como la de Cataluña, luz y espejo hoy de todas las gentes ibéricas!
Nuestro programa es el de La Tertulia, extendido y ampliado como el objeto requiere. Trataremos, no exclusivamente, pero sí con preferencia, de cuanto pueda interesar a las provincias gemelas. Su historia, tan poco explotada todavía, y como auxiliares de ella los estudios geográficos y arqueológicos, las biografías de hombres ilustres y juicios de escritores, ocuparán buena parte de nuestras columnas. Otra no menor dedicaremos a la amena literatura, procurando que alternen las producciones de montañeses y asturianos. Ni dejaremos de estimular, en cuanto posible sea, todo linaje de empresas científicas e industriales útiles a las Asturias.
El campo es vastísimo: las ciencias, sobre todo en su aplicación a los intereses de nuestro país, las investigaciones históricas, las tradiciones, usos, costumbres y mitología popular, la poesía indígena, escondida aún (por lo que hace a la Montaña) cuando en toda España van despertando las literaturas regionales..., todo en suma, antes o después, en una forma o en otra, vendrá a honrar estas páginas. Contamos con el auxilio de nuestros colaboradores montañeses y de muchos asturianos distinguidos en la república de las letras; todos los cuales aceptan y secundarán, como en Dios esperamos, nuestros propósitos.
Inviolable respeto al dogma y a la moral católicos, al espíritu y tendencias de la raza española y a los fueros del buen gusto. Libertad y tolerancia absolutas en todo lo restante. He aquí nuestro programa.

Santander, 1877

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