Galdós en
Santander: sus colaboraciones en la revista de Las dos Asturias
En el último tercio del siglo XIX
existía en Santander un grupo de amigos de las letras y del politiqueo local,
formado en su mayoría por antiguos colaboradores en La abeja montañesa, publicación literaria
fundada en 1857, o en El tío
Cayetano, revista satírica de la que sólo vieron luz trece números
entre diciembre de 1858 y febrero del año siguiente y que resucitó luego Pereda
en noviembre del 67 como tribuna de sus ideas
tradicionalistas.
El grupo se reunía por
las tardes en la guantería de don Juan Alonso y allí acudían, además de Pereda,
de vuelta ya de sus correrías madrileñas, parisinas y electorales, Sinforoso
Quintanilla, el médico don Juan Pelayo, Domingo Cuevas, el impresor Mazón,
Antonio Bustamante y otros varios, cuyos nombres sólo interesan hoy al
historiador local. Eran figuras de primera magnitud en la escena literaria
santanderina entonces, comenzando por el mismo Pereda, ya cuarentón y autor de
dos libros, Escenas montañesas
(1864), casi ignorado en Madrid y mal recibido por sus paisanos, y Tipos y paisajes (1871): Amós de
Escalante, autor de Costas y
montañas, quien preparaba ya su novela de costumbres montañesas
Ave maris stella (1877); don
Gumersindo Laverde, temprano mentor de Menéndez Pelayo; el Cronista de la
ciudad, don Enrique Leguina; el hidalgo don Ángel de los Ríos que en su casona
de Proaño se dedicaba a la erudición y a las faenas del campo; el poeta Ricardo
Olarán; el costumbrista Manuel de Assas; y, sobre todo, el joven y ya
descollante Menéndez Pelayo.
Entre los contertulios
de la Guantería estaba el impresor Francisco Mazón, tipo curioso y muy amante de
su tierra pero tan entusiasta de las grandes empresas como incapaz de llevarlas
a buen puerto. En febrero de 1876 lanzó La
tertulia, una publicación de índole comercial, dedicada «A nuestras
lectoras» y que era una «colección de pensamientos poéticos, charadas,
enigmocharadas, acertijos, logogrifos, rompecabezas y otros excesos». En la
introducción, el editor hacía una breve historia de la charada y presentaba su
colección formada con obras de ingenios locales. La tertulia tenía 404 páginas en 8º y en
ella, además de charadas y acertijos, aparecieron varias poesías de Amós de
Escalante, de Evaristo Silió y de Ricardo Olarán, además del cuadrito en prosa
titulado «Escena diaria», de Pereda, no recogido luego en sus Obras completas.
El éxito de esta
primera ventura literaria y la colaboración de Pereda, de don Amós y de Silió
encandilaron: Mazón para dirigir una revista de categoría. Así dio comienzo la
segunda época de La tertulia, que
salía ahora en tamaño folio y cuidadosamente impresa, dedicada tan sólo a
propagar y enaltecer la obra de la gente de letras montañesa. Cada número tenía
alrededor de treinta páginas y aparecía los días 1 y 15 de cada mes; el primer
número salió el 1 de agosto de 1876 y el último, que fue el 24, al 15 de julio
del año siguiente.
En unas páginas
iniciales «Al que leyere», la Redacción exponía sus propósitos de unir lo útil a
lo agradable, de rehuir el estilo periodístico y de guardar el decoro
literario. Prometía también respetar el dogma y la moral católicos «que son el
dogma y la moral de sus colaboradores», subrayaba su apoliticismo y la intención
de conservar un carácter español puro y castizo «que importa conservar más que
nunca hoy que el contagio extranjero cunde y se propaga que es una maravilla».
Anhelaba sobre todo ser una verdadera revista literaria montañesa, «eco fiel del
muy notable movimiento literario que, de algunos años a esta parte, habrán
notado los menos linces, en la capital de la Montaña». Finalmente, los
redactores de La tertulia,
animados por el ejemplo de otras provincias, se proponían que su tierra
conquistase la merecida autonomía intelectual y que Santander llegara a ser el
centro de una escuela literaria.
El programa retrata
bien a quienes lo redactaron: tradicionalistas y monárquicos, católicos a
machamartillo, enemigos de heterodoxias y orgullosos de su estirpe montañesa. En
La tertulia colaboraron todos los
grandes de la provincia y muchos de los que no lo eran: Pereda dio a conocer
allí casi todos los relatos de sus Tipos
transhumantes; Menéndez Pelayo contribuyó con artículos sobre la
ciencia española; y con versos, con narraciones o con estudios Laverde, Olarán,
don Amós, Leguina, de los Ríos y los amigos venidos de otras partes como Polo y
Peyrolón, Emilio Ferrari y Pérez Galdós.
La
tertulia
despertó entusiasmo y pronto se dio a conocer: los epistolarios de entonces
rebosan de alusiones a la revista y a su contenido. Nada más salir la monografía
de Menéndez Pelayo sobre Trueba y Cosio la reseñó allí Amós de Escalante, y a
La tertulia enviaba Pereda las
cartas del joven Marcelino desde Portugal e Italia. Desde Valladolid o desde Santiago esperaba
Laverde con impaciencia la llegada de cada número que luego comentaba en sus
cartas; y en su correspondencia con Galdós, Pereda hablaba con preferencia de
flores, cuyas semillas enviaba a don Benito, y de lo que traía la revista del
sin par Mazón. Este, que era hombre de voz sonora y que gastaba
bigotes y larga perilla, animado por el éxito y por los amigos escritores que se
reunían ahora en su librería, decidió transformar su revista en otra que
abarcase «los intereses literarios de las dos Asturias». No eran éstos
literarios tan solo pues Laverde, uno de los interesados en el nuevo proyecto,
era partidario ferviente, como otros asturianos y montañeses, de la construcción
de un ferrocarril entre Langreo y Somorrostro que facilitase el
intercambio del carbón y del mineral de hierro
norteños.
Así dio fin La tertulia el 15 de julio del 77 y, a
poco, dio comienzo la Revista
cántabro-asturiana, impresa también en Santander y por la misma
imprenta. Pienso que debió salir el 1 de agosto pues Laverde se quejaba el 22
del mismo mes de no haber recibido todavía el segundo número.
Como su antecesora tenía tamaño folio y era quincenal, con una treintena de
páginas en cada número.
En el «Prospecto», la
nueva publicación se consideraba fruto de la tarea emprendida por el Almanaque de las dos Asturias en 1864 para
estrechar lazos entre cántabros y astures. El autor del «Prospecto» daba una
sucinta historia de estas gentes, atribuía la prosperidad de estas provincias al
«haber conservado más puros los elementos tradicionales y el culto de sus viejas
y gloriosas memorias» y afirmaba «que es deber de conciencia y de amor patrio
resistir la centralización en todas sus esferas y reanimar el espíritu
provincial, única fuente de grandeza para las naciones». En todo momento queda
clara esta conciencia ante el despertar de las literaturas regionales y, en
especial, la catalana, «luz y espejo hoy de todas las gentes ibéricas». El ideal
de la Revista cántabro-asturiana
sería la unificación de Santander y Asturias y su independencia
administrativa de Madrid, «sin que seamos, ni nadie nos llame castellanos». Como
La tertulia, la nueva publicación
proclamaba también el «inviolable respeto al dogma y a la moral católicos, al
espíritu y tradiciones de la raza española y a los fueros del buen
gusto».
El primer número iba
encabezado por un largo artículo de don Alejandro Pidal y Mon sobre «El campo en
Asturias» y la alta calidad de La
tertulia se incrementó ahora con firmas nuevas como la del
folklorista asturiano don Fermín Canella y las de las poetisas Robustiana
Armiño, Emilia Mijares y Micaela Silva. Continuó además la colaboración de
Laverde, Pereda, Ángel de los Ríos, Menéndez Pelayo, Amós de Escalante y, entre
los amigos de fuera, Pérez Galdós. A pesar de tan risueños
comienzos y del apoyo constante de amigos tan desinteresados como fieles, la
revista no pudo mantenerse a flote. Mazón se había empeñado en montar en
Santander una librería «a la alta escuela», manejada de modo tan desastroso que
Pereda, en una carta a Galdós del 6 de marzo del 78, escribía: «Nada puedo
decirle a Vd. de la marcha de la librería de Mazón y dudo que él mismo sea capaz
de decirle mucho más. Paréceme aquello una madeja a merced de los ratones».
Y, en efecto, poco después fracasaron los negocios del pobre Mazón y el 15 de
mayo del aquel año Menéndez Pelayo concluía una carta a Laverde con la frase:
«La revista de Mazón murió».
La relación de don
Benito con la Montaña nació -según escribía éste en el prólogo a El sabor de la tierruca- después de
conocer las Escenas montañesas
(1864) y luego Tipos y paisajes
(1871), al que dedicó una elogiosa reseña en El Debate, el 7 de noviembre de aquel año.
La lectura de estos libros despertó en él «un deseo ardiente de conocer el país,
fondo o escenario de tan hermosas pinturas». Conocidos son el
encuentro de don Benito y Pereda en el verano del 71 en una fonda santanderina y
la intimidad que nació entre ambos a pesar de las diferencias ideológicas. Tan
grande fue ésta que Galdós dibujó el proyectado panteón familiar de Pereda en
Polanco, juntos viajaron por la Montaña, fueron a Portugal en 1885 y sólo dio
fin con la muerte de don José María en 1906. A partir de esta
primera visita Galdós acudió todos los veranos a Santander donde pasaba largas
temporadas; allí escribió no poco y al fin construyó una villa, de cara a la
bahía, a la que llamó «San Quintín». En 1876 era ya santanderino de adopción y
sus amigos le invitaron a colaborar en las revistas de Mazón.
En aquel año, a pesar de su juventud, Galdós era ya el conocido autor de los
Episodios nacionales, de los que
llevaba escrita la primera serie y mediada la segunda, y acababa de publicar
Doña Perfecta. En aquel verano
hizo un viaje por la provincia de Santander en el coche de caballos de Pereda,
acompañado de aquél y de Ángel Crespo, en el que conoció Santillana, Comillas,
San Vicente de la Barquera, la Hermida y Potes. Como resultado
de esta gira y para responder a ruegos de sus amigos, escribió Cuarenta leguas por Cantabria que, según
Walter T. Pattison apareció por entregas en La tertulia entre noviembre del 76 y enero
del 77 y, antes de terminar de publicarse, salió de nuevo en la Revista de España, LIII (1876), fechado en
Madrid en diciembre de aquel año y en dos entregas (la del 28 de noviembre, pp.
198-211, y la del 28 de diciembre, pp. 495-508).
Aunque no sea de mayor importancia pienso que Pattison se equivocó en las
fechas: Cuarenta leguas salió
primero en la Revista de España,
donde Pereda leyó la primera entrega
y, más tarde, en La tertulia,
entre el 15 de diciembre de 1876 y el 15 de febrero del 77.
A don José María le gustó mucho: la
descripción de Santillana «no puede tener rival en su género» y así lo pensaban
también Menéndez Pelayo y los demás santanderinos. Lo que apasionaba a Pereda
era que en aquellas páginas «se moja el lector y se siente el húmedo contacto
del musgo, y el rumor del regato y el de la gente de otros siglos, y tirita en
la abadía, de frío y de miedo». En su carta señalaba algunas inexactitudes de
poca monta,
se condolía de que Galdós no hubiese dedicado más espacio a los desfiladeros de
la Hermida y le advertía de que, para incluir el texto en La tertulia, pensaba «meter un poco la hoz
en el párrafo de las monjas, un poquillo recargado de irreverencia, que acaso y
aun seguramente, ha de hacer mal efecto en el pueblo fósil. Pienso, si Vd. no se
opone, suprimir el parrafito que empieza "Allí están las pícaras..."»
En efecto, el parrafito en cuestión, modificado de modo más «reverente», comenzaba ahora «Aquellas
pobres ascetas...» en la revista montañesa y así quedó luego en las sucesivas
ediciones.
Aun en medio de la que
Montesinos llamó «trifulca epistolar» con don Benito a propósito de Gloria, continuaba Pereda comentando los
efectos de las Cuarenta leguas
sobre los santanderinos. A uno de ellos, el marqués de Casa-Mena, historiador y
heraldista, colaborador en La
tertulia y dueño de un palacio en Santillana, le había molestado
tanto lo que dijo Galdós sobre esta villa que «escribió a Mazón hecho un veneno»
y preparaba una contestación aunque al fin se contentó, gracias sin duda a los
buenos oficios de Pereda quien juzgaba «una puerilidad» tal
enfado.
El texto de La tertulia ofrece pocas variantes y éstas
de escasa importancia con respecto al texto definitivo de 1895.
Tan sólo se ha omitido aquí otro comentario, también ligeramente irreverente
aunque respetado años atrás por la censura perediana; hablando de San Vicente de
la Barquera, Galdós escribía: «Un convento que fue de Franciscos parece que
vigila la entrada. Ya se sabe que ellos no se situaban en los peores sitios». Conocido es el gran partido que sacó Galdós de todo lo que vio en
aquel viaje para su próxima novela Gloria. Pattison trató de
identificar el paisaje de Ficóbriga con el de varios sitios de
la Montaña, Cossío escribió que Galdós no se inspiró en ningún lugar determinado
y, más tarde, Montesinos, de acuerdo con Cossío, señalaba sin embargo, el gran
parecido que existe entre la colegiata de Santillana, tal y como la vio entonces
Galdós -con las decoraciones interiores cubiertas de yeso y con el claustro, que
aun servía de enterramiento, rezumando humedad y abandono- y la abadía de
Ficóbriga, muy semejante a ella, con los capiteles enyesados y con su claustro
pavoroso. La aparición de la primera parte de Gloria, esperada por Pereda «con un palmo
de lengua»
provocó, como sabemos, vivas polémicas de partido y la furia de los neos.
Menéndez Pelayo todavía despotricaba en sus Heterodoxos contra Gloria «que ha sido traducida al alemán y
al inglés y no dudo que antes de mucho han de tomarla por su cuenta las
sociedades bíblicas y repartirla en hojitas por los pueblos».
A Pereda le pareció que don Benito se había «metido de patitas en el charco de
la novela volteriana»
y en una asidua correspondencia fue dando su opinión al amigo, aunque sin
rasgarse las vestiduras e intercalando bromas, además de la información de
costumbre sobre plantas y flores.
El otro texto
galdosiano de La tertulia se
titula «En un jardín» y pertenece a un artículo en seis partes que con el nombre
de «Junio simbólico» escribió Galdós para la serie descriptiva de los doce meses
del año. Apareció en el Almanaque
de La Ilustración española y
americana para 1877 y quedó recogido luego junto con otras cosas para
dar más volumen a Torquemada en la
hoguera cuando se publicó en 1889.
El fragmento de
La tertulia corresponde a la
parte I «En el jardín», casi completa (menos los 22 renglones iniciales) y se
publicó antes aquí (julio del 77) que en el Almanaque de La Ilustración. Es una descripción muy
poética de las flores en un jardín y presenta numerosas variantes, algunas
notables, con respecto al texto definitivo. La tendencia de este último fue de
omitir adjetivos y acortar frases para simplificar el relato. En ocasiones se han
suprimido frases enteras, entre ellas una de catorce líneas que incluía la
descripción de la azucena, vista como «una bacante, una loca... una mala mujer»
y del lirio, «vestido de nazareno».
Finalmente, en la
Revista cántabro-asturiana y
entre septiembre y octubre de 1877 vio luz «La princesa y el granuja», cuento de
Año Nuevo, fechado el 31 de diciembre de 1876 y también recogido más tarde en el
tomo encabezado por Torquemada en la
hoguera, donde estaba fechado en enero de 1879.
Es una narración de
asunto fantástico en la que un golfillo madrileño, llevado de su amor por una
hermosa muñeca que vio expuesta en una tienda, renuncia a su condición de humano
y acaba en un escaparate convertido en muñeco de porcelana. Las variantes entre
el texto de la Revista y el de la
edición madrileña de 1879 son muy numerosas y pocas son las frases que escaparon
a la lima de Galdós. Con todo, ninguna afecta a la estructura del cuento y las
adiciones u omisiones son escasas. Creo que el texto sale ganando en la segunda
versión.
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